La imagen de los caballeros
Aunque en la actualidad se tienda a identificar a los templarios con cruzados combativos y misteriosos, lo cierto es que en sus tiempos, al menos en Europa, se los veía a miembros de una orden religiosa cualquiera. Se sabía que luchaban por la cristiandad en los Santos Lugares, pero la imagen cotidiana que se tenía de ellos estaba más bien representada por las pequeñas casas y encomiendas y las actividades económicas que desarrollaban en ellas. Intercambiaban productos y servicios con los señoríos rústicos, prestaban dinero –sin usura—a nobles, caballeros, escuderos y mercaderes e incluso velaban por los erarios de los reyes y del papa. Se bromeaba con que a un templario le gustaba más el oro que la carne. En realidad, los hermanos buscaban capital liquido porque era portátil, fácil de trasladar a Oriente para impulsar sus campañas bélicas.
El caso es que la congregación estuvo integrada plenamente en la sociedad hasta la súbita marginación a que la sometió a principios del siglo IX el proceso judicial emprendido por Felipe IV de Francia y el papa Clemente V. Tan popular fue la institución del Temple hasta ese entonces, que cuando un profano no sabía reconocer por su habito al caballero de una orden militar, lo llamaban templario aunque fuera un hospitalario o un teutónico. Los mas suspicaces podían llegar a considerarlos codiciosos, pero, desde luego, a nadie se le ocurrió tacharles de herejes.
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