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La Santa Caballería ( IX )


martes, 20 de abril de 2010

A rebufo del rey

Clemente V protestó ante Felipe IV y reprendió al inquisidor por haber actuado sin su consentimiento. Aseguró que había tenido noticias de los rumores que corrían contra la orden y que pensaba poner en marcha su propia investigación, un alegato dudoso, puesto que no había hecho nada al respecto. Sintiéndose desautorizado, el papa intentó tomar las riendas de la situación. Ordenó a todos los reyes católicos la detención y el interrogatorio de los templarios, pero su petición fue acogida con una actitud dilatoria en Inglaterra y Aragón. Recelosos de las intenciones de Felipe IV, los monarcas enrique I y Jaime II no dieron crédito a las acusaciones de los templarios, una orden a la que confiaban buena parte de la administración de sus reinos. Mientras, en Francia, clemente envió una delegación a París. Jacques de Molay y los demás altos cargos de la orden aprovecharon para retractarse de sus confesiones, alegando que las habían hecho por miedo a ser torturados. El pontífice no estaba convencido de la culpabilidad de la orden y suspendió el proceso inquisitorial para interrogar a los templarios personalmente. 

Felipe IV no se arredró y lanzó una campaña de intoxicación contra los templarios y el papa, tal como hizo en su día con Bonifacio VIII. Consiguió el apoyo jurídico de la universidad de París y el publico de los tres estamentos de su reino en los estados generales, reunidos en tours. Luego intentó despistar a clemente V enviando a Poitiers a 72 templarios especialmente elegidos para que confesaran sus supuestos crímenes en presencia del papa, mientras confinaba a Molay y los demás líderes de la orden en Chinon. Pero clemente pudo entrevistarse finalmente con ellos y los absolvió, después de que se arrepintieran formalmente y solicitaran el perdón de la iglesia. Ante la duda de que algunos miembros de la orden pudieran haber cometido determinados abusos, decretó que los templarios fueran juzgados individualmente por comisiones diocesanas. Una comisión pontificia se encargaría de estudiar si la orden en su conjunto era culpable o no, mientras que el pontífice juzgaría la responsabilidad de los altos dirigentes. 

Victimas necesarias 

 La investigación papal se extendió a toda Europa e incluso a Oriente. En Portugal, castilla, Aragón, Alemania, Italia y Chipre, los templarios fueron declarados inocentes. En Francia, en cambio, muchas comisiones diocesanas estaban dirigidas a obispos comprometidos con Felipe IV y dieron por validas las confesiones previas. Se limitaron, eso sí, a condenar a los culpables arrepentidos a diversas penas canonícas, entre ellas la prisión de por vida. Quienes intentaron defender a la orden ante la comisión pontificia, retractándose de sus confesiones, corrieron peor suerte. Los ministros de Felipe V no podían consentir que se descubriera la iniquidad de los primeros interrogatorios a los templarios, realizados por el inquisidor al dictado de Nogaret. Indicaron al arzobispo de Sens, hermano de chambelán del Rey y máxima autoridad de la diócesis de parís, que acusara de herejes relapsos (reincidentes) a los templarios que se desdijeran. La pena reservada a los relapsos era la muerte en la hoguera, así que el arzobispo mandó quemar a 54 de ellos. El resultado fue el esperado: los demás templarios declinaron hablar a favor de la orden o decidieron declararse culpables.

En octubre de 1311 comenzó en Vienne (Francia) el concilio convocado por clemente V para decidir el futuro de la orden. Allí se expuso que la culpabilidad de algunos templarios, aun manifiesta, no implicaba la de la orden en su conjunto. Tampoco pudo probarse que el temple profesara doctrina herética alguna o que sus reglas fueran secretas o distintas de las oficiales. Pese a ello, y a que la mayoría de los delegados eran favorables al manifiesto de la orden, el papa tomó una decisión salomónica en su bula: no la condenó, pero la disolvió. ¿Por qué? Sin duda influyó la presencia de Felipe IV y su ejército en Vienne, en clara señal de que no iba a permitir la continuidad de la orden. Pero en la agenda del conflicto entre el Rey y el Pontífice había un agravio aun más importante que el injusto proceso contra los templarios. El monarca pretendía que clemente V condenara a su antecesor Bonifacio VIII por herejía, lo que habría supuesto la deshonra del papado. Clemente se negó, y optó por sacrificar a los templarios en la que fue su única y pírrica victoria frente a Felipe IV.

En otra bula, el papa decretó el traspaso a la orden del hospital de todos los bienes de los templarios, salvo en la península ibérica, donde sus propiedades acabarían pasando a manos de dos nuevas órdenes, la de Cristo en Portugal y la de montesa en la corona de Aragón. Los hermanos del temple declarados inocentes, así como los confesos de su culpabilidad pero reconciliados con la iglesia, recibirían una pensión y podrían vivir en las antiguas casas de la orden o bien unirse a otras órdenes militares. Los declarados culpables pero que no hubieran confesado su culpabilidad y los relapsos serian juzgados.

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