Matar o Morir
Prueba de ese coraje darían los 80 miembros de la orden hechos prisioneros tras otro enfrentamiento, el de Safeto. Sin deserciones, como un solo hombre, prefirieron ser pasados por las armas a renegar de su fe. Los grandes maestres solieron servir de ejemplo en este sentido. De los 21 que hubo en la historia de la congregación, 13 perdieron la vida en la liza.
Comprensiblemente, adversarios como estos preocupaban en gran modo a los musulmanes, al tiempo que les infundía un profundo respeto. Irreductibles, los templarios ni daban ni esperaban tregua en la pelea. No eran personajes importantes como individuos. Luchaban a sabiendas de que, en caso de ser capturados, ni su fraternidad ni nadie del bando cristiano iba a pagar un rescate, y eran conscientes de que probablemente acabarían degollados en el primer recuento de prisioneros. Aceptaban esta perspectiva con serenidad.
Es importante especificar en este punto que los templarios no eran monjes guerreros, sino lo opuesto: eran caballeros religiosos. Únicamente los hermanos capellanes se ordenaban sacerdotes, con el objeto de celebrar los servicios litúrgicos para los demás. Pero los miembros combatientes de la orden, aunque devotos, permanecían laicos para poder batallar—literalmente como soldados de Cristo—sin contravenir ni el espíritu ni la letra de las leyes eclesiásticas. Es cierto que todos los hermanos del Temple tomaban los votos monásticos: obediencia (al superior de la orden), castidad (carencia de relaciones sexuales) y pobreza (ausencia de bienes personales). También que, además, seguían la regla y vestían habito religioso. Sin embargo, al contrario que los monjes, ni vivían enclaustrados ni orando. Su vida no era contemplativa, sino activa. Su guerra interna, o espiritual, estaba al servicio de otra externa, o física, a favor de la cristiandad.
0 comentarios:
Publicar un comentario