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La Santa Caballería ( II )


lunes, 12 de abril de 2010

Maestre Templario
Una cofradía original 


La orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén, con posterioridad llamada simplemente Temple o de los templarios, nació en ciudad Santa hacia 1119. Pudo haber sido unos años antes, alrededor de 1114. Aunque se ignora la fecha exacta, hay testimonios de que la cofradía se hallaba plenamente activa nada más comenzar la tercera década del siglo XII.

El propósito de su creación obedeció a una situación bélica. Tras el triunfo en la toma de Jerusalén por parte de los cruzados, la mayoría de estos regresó a Europa. La desprotección de los Santos Lugares recobrados impulso a un puñado de caballeros del condado de Champagne, liderados por Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer, a ofrecerse para escoltar con armas a los peregrinos que se aventuraran por aquellos escenarios, en pie de guerra constante.

Aquellos paladines no debían de ser más de nueve, pero las autoridades temporal y espiritual de la región –el rey Balduino II y el patriarca de Jerusalén, respectivamente—aceptaron de buen grado su existencia. Por otra parte, para sacrilizar su cometido, los caballeros habían realizado votos de obediencia, castidad y pobreza, de modo que el Monarca y el prelado se aprestaron a brindarles cobijo. Otorgaron en custodia a los caballeros un edificio localizado en el Templo del Señor, o de Salomón, que era como los franceses identificaban, erróneamente, a la Cúpula de la Roca, islámica. La denominación de la cofradía se originó en esta confusión acerca del Templo, o Temple.

Mas importante aun era en términos institucionales, los votos monásticos de Hugo de Payns y sus pares plantearon un dilema moral a la Iglesia. Esta debería dirimir si era realmente cristiano dedicado profesionalmente a la lucha en nombre de la cruz, si el papel de combate podía ser un medio lícito de salvar el alma, si la armadura de soldado y el hábito del religioso eran equiparables. Pese a la oposición de algunos sectores del clero, un concilio celebrado en Troyes. Champagne, una década más tarde de la fundación de la fraternidad determinó que la guerra santa era compatible con el credo cristiano siempre que se llevase a cabo en un marco debidamente bendecido, como en el caso de las cruzadas.



 Escudo Templario


La primera orden militar

El principal abogado de esta postura durante la reunión fue toda una figura intelectual de la Edad Media: Bernardo de Claraval, reformador de la orden cisterciense a partir de la benedictina y que en el futuro sería considerado doctor de la Iglesia y santo. Gracias en buena medida a su intervención se aprobó la existencia de la nueva cofradía templaria y se confirmó su regla, basada a su vez en la del Cister. Bernardo, abad de Cisteaux, también contribuyó enormemente a la promoción de la flamante congregación en los círculos eclesiásticos al redactar el Nuevo elogio de la milicia templaria, una encendida apología de la orden.

Pero un asunto de semejante envergadura requería la legitimación papal. De ello se ocupó un decenio después del concilio la bula Omne datum Optimum, expedida por Inocencio II. El documento pontificio convirtió al Temple en la primera orden militar de la iglesia. Dentro de los privilegios excepcionales conferidos a la institución, a la que no tardarían en seguir otras, se le eximio de cualquier sumisión al clero secular, o sea, a la cadena jerárquica acostumbrada, para subordinarla directamente al Santo Padre.

Para ese entonces, mediados del siglo XII, la cofradía había crecido de manera notable. Desde la autorización oficial empezaron a ingresar en sus filas ciertos caballeros. Y otro cambio había tenido lugar: su misión, a estas alturas, no consistía únicamente en proteger a los peregrinos de Tierra Santa. A esta función netamente asistencial, de vigilancia, se había añadido otra de índole política: la defensa de los Estados Latinos de Oriente contra la presión musulmana. La ayuda templaria en dicho sentido sería muy apreciada por los príncipes cristianos en la región. No era de extrañar.

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