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La Santa Caballería ( I )


domingo, 11 de abril de 2010

EL TEMPLE ENTRE, LA MILICIA Y LA RELIGIÓN
NACIDA EN EL CONTEXTO DE LA GUERRA PERMANENTE DE OCCIDENTE CONTRA EL DOMINIO
MUSULMAN EN TIERRA SANTA, LA ORDEN DEL TEMPLE, FORMADA POR CABALLEROS RELIGIOSOS,
SE VIO PRONTO CATAPULTADA POR EL FAVOR DE LOS PODERES CIVILES Y ECLESIASTICOS. Y ASI
SEGUIRIA SIENDO DURANTE CASI  DOSCIENTOS AÑOS.

El 14 de julio de 1187 las tropas del sultán Saladino derrotaron al ejército franco en la mayor victoria obtenida por los musulmanes desde que los cristianos emprendieron las cruzadas, casi cien años antes. La batalla tuvo lugar en un punto de Tierra Santa conocido como los Cuernos de Hattin. Gracias a este combate, el caudillo ayubí reconquistó Jerusalén para el islam, redujo a una franja mínima los territorios ocupados por los Estados latinos en Oriente. Destruyó casi por completo las fuerzas armadas europeas acantonadas allí y capturó a los principales jerarcas de estas fuerzas, incluido Guy de Lusignan, el monarca de Jerusalén. Fue un éxito redondo para la media luna.

Semejante triunfo permitía ser ampliamente generoso con los vencidos. Saladino podría haber ejemplificado la clemencia habitual en él, una virtud que le reconocían tanto los suyos como sus enemigos. Sin embargo, el soberano mandó ejecutar de inmediato a todos los prisioneros templarios y hospitalarios. Había dado su palabra de que limpiaría “la tierra de esas dos órdenes impuras”. Solo del Temple fueron ajusticiados, uno por uno, 230 guerreros de elite. ¿Por qué tanta saña en este caso?


Fantasía y realidad—Las órdenes militares representaban el núcleo duro de la presencia cristiana en Oriente. Mientras los efectivos al mando de principio luchaban en las cruzadas por compromiso, por prestigio, por la paga y en algunos casos por la fe, los caballeros del Hospital y del Temple se batían exclusivamente por esta última, o eso se esperaba de ellos. Como rezaba la divisa templaria: “Nada para nosotros, Señor, nada sino dar la gloria a Tu nombre”.
Estas altas aspiraciones implicaban un desinterés por la propia vida. Los templarios eran considerados por sus contemporáneos con una mezcla de admiración, respeto e inquietud. Parte de la cristiandad en ellos la encarnación del ideal cruzado. Otra, una congregación religiosa más. También había en Europa quien recelaba de los Templarios por el rigor excesivo de alguno de sus miembros. Y los musulmanes los catalogaban como extremistas peligrosos. Esta imagen de radicalismo ascético o fanático –según quisiera entenderse—fue patente en la lucha y en otros ámbitos, pero ha arrinconado facetas de los Templarios igualmente características. 

Para empezar, la orden no estaba formada únicamente por guerreros: en sus encomiendas había elegidos, trabajadores manuales y algunas mujeres. Tampoco se hallaba establecida solo en el frente palestino o en otros fronterizos con el islam, como la península ibérica: fue muy activa en las actuales Francia y Gran Bretaña, donde se dedicaba a labores ajenas a la guerra, desde la manufactura de artesanía hasta la gestión bancaria. Sobre esta última, o las riquezas fabulosas que les atribuye la leyenda, la congregación se precio de mantener intachable su voto de pobreza, entendida esta como la carencia de bienes personales, pese a llegar a administrar el tesoro de la Corona gala o a financiar al papa.

El final sangriento de la cúpula de la fraternidad, que ocurrió a comienzos del siglo XIV en Chipre y París, ha contribuido enormemente a desvirtuar el recuerdo de la orden. El gran maestre, Jacques de Molay, y el resto de los dirigentes perdieron la vida, pero la inmensa mayoría de los hermanos se reintegró en la sociedad de manera tan anónima como tranquila. 

Los templarios, en definitiva, resultaban llamativos por particularidades como su innovador perfil de institución mixta –la primera a medio camino entre lo militar y lo religioso--, o por haber surgido y desaparecido durante las cruzadas –a diferencia de los hospitalarios o los teutónicos, que las superaron--. Sin embargo, solo constituyeron un elemento más en el mosaico de su época. Un colectivo curioso, sin duda, pero también integrado en el contexto histórico que propicio su emergencia, auge y declive. Mal que le pese a la literatura tan imaginativa que circula sobre estos grandes desconocidos.

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