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La Santa Caballería ( IV )


miércoles, 14 de abril de 2010

Los miembros del Temple

Castillo Pélerin
Los templarios más recordados son los caballeros y los sargentos de armas, por su destacada participación bélica en las zonas de frontera. Sobre todo en Tierra Santa, donde la orden llegó a desplegar un ejército de unos 600 hombres montados, entre 1000 y 1500 sargentos y un número indeterminado pero importante de mercenarios turcópolos. En esta región, la cofradía levantó una veintena de fortalezas, algunas tan importantes como Chastel Blanc o como el castillo Pélerin, para mantener a ralla las fuerzas musulmanas sin necesidad de grandes dotaciones, dada la eterna escasez de púlanos en Siria y Palestina. 

También la península ibérica de la reconquista, en su carácter de frontera occidental con el mundo musulmán, contó con templarios. Se distinguieron los de la Corona de Aragón, Portugal, castilla y león. Los templarios de Aragón, horrados por Alfonso I el Batallador como sus herederos —una curiosa disposición que se llevó a la práctica solo parcialmente--, respaldaron a Jaime I el conquistador en la ocupación de Mallorca y Valencia, entre los hechos destacables. En cuanto a castilla y león, allí regentaron propiedades de Coria, Benavente o Ponferrada, hasta treinta encomiendas, además de sobresalir en acciones como la toma de cuenca o la batalla de Navas de Tolosa.

Los guerreros del Temple desollaron en estos focos de conflictos, el oriente próximo y el peninsular. Sin embargo, tras ellos, apoyándoles espiritual y materialmente, había otras dos clases de hermanos: los clérigos, o capellanes, que oficiaban los servicios sagrados; y los llamados hermanos de oficios, de agricultores, panaderos y artesanos a boticarios, comerciantes y tesoreros, que se ocupan del sustento y financiación de cada establecimiento de la congregación. También podía encontrarse en las casas de la orden –principalmente en las de áreas pacificadas—personal asociado, pero no miembros, del Temple. En este apartado se inscribían los donadores, que entregaban dinero, bienes o tierras a los hermanos a cambio de contraprestaciones piadosas o tangibles.

El “Convento”, o conjunto de gente vinculadas a una encomienda templaria, incorporaba en algunos casos a mujeres. Fue el caso de doña Ermengarda d`Oluja, nada menos que comendadora, o directora, de la finca de Rourell, en Cataluña, en 1198, como atestigua el documento de transferencia de una parcela a su nombre. O de criadas como las siervas de Marta, cedida en 1221 a la orden instalada en Mendens, Champagne, para ocuparse de lavar la ropa y otras tareas domesticas.


La encomienda

el Temple, en efecto, era una vasta organización supranacional cuyas ramificaciones excedían con mucho el aspecto meramente militar. Su fin último a lo largo de su existencia fue proteger en las fronteras musulmanas la integridad de los peregrinos y dominios cristianos. Al frente de la cofradía se hallaba el gran maestre, básicamente un jefe castrense, la mano derecha de este era otro responsable militar, el mariscal. No obstante, difícilmente hubieran podido cumplir su labor en la vanguardia el estado mayor y los hermanos caballeros sin los aportes constantes, y contantes y sonantes, de la retaguardia en Europa.

Durante los casi dos siglos que perduró la orden, entre el XII y el XIV, el contingente solventó los gastos del cuartel general en Oriente a través de una amplia red de encomiendas. Era una combinación de centro religioso, agropecuario, de recaudación y de reclutamiento. Estas villas, urbanas o rurales, constaban de sala capitular, almacén y bodega, y a veces capilla, cuartel, granero o caballerizas. Pero, a diferencia de los sólidos castillos palestinos y españoles, las encomiendas solían ser muy pequeñas y carecer de murallas. Al fin y al cabo, los fondos reunidos no se invertían en Europa, sino en las permanentes contiendas de Tierra Santa. La excepción en este sentido la constituían los asentamientos ubicados en las regiones donde proliferaban los merodeadores por falta de vigilancia oficial. Así ocurría en las encomiendas de Irlanda y el sur de Francia, fortificadas. O allí donde el Temple cumplía un papel político de envergadura, como parís, ciudad en la que la orden desempeñaba funciones de tesorera de la corona francesa con sede en un castillo.

Una vez recogidos en las encomiendas los recursos necesarios, se hacían llegar a los capítulos regionales. Estos los derivaban a los provinciales, que a su vez los fletaban hacia los frentes de combate. Por lo general, estos envíos se realizaban a través de puertos mediterráneos como Barcelona, Marsella, Génova, Bari Messina, y a bordo de barcos propios –escasos—o alquilado –la mayoría--.

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