En un punto de la geografía española, allá en un lugar de la crasa Extremadura, en la comarca de la Siberia, con las tierras de su término regadas por las aguas del río Guadiana, se levanta la villa de Orellana la Vieja, señorío en el pasado de la noble familia de los Altamirano, asentados en Trujillo; cercana, y en lo alto, se alza Orellana la Sierra o la Nueva, señorío de los Bejarano.
Unos y otros, en su lucha frente a los Golfines de Cáceres, se unieron asumiendo un blasón unificado, de diez roeles, que identifica el apellido de Orellana y a los lugares de su dependencia.
El asentamiento, cuyo origen concreto no se conoce con exactitud, dependió también en la etapa medieval de Trujillo, convirtiéndose en señorío bajo Juan de la Cámara, en el siglo XIII.
Más tarde pasó al linaje de los Alonso Vázquez, quienes mudaron su apellido para adoptar el de la población, instaurando el marquesado de Orellana. En 1750, este señero título fue suprimido, quedando el lugar como posesión de la rama de los Bélgida.
En el siglo XX, ya metidos en su segunda década, vivían en este pueblo dos familias recias como la encina y luchadoras como los que crearon su antiguo linaje. Una de esas familias la formaban Antonio Rincón Sierra e Isabel Gallardo Ruiz y sus hijas Pilar y Purificación, esta última acababa de nacer, que serían las primeras de cinco hermanos. La otra familia estaba formada por Eusebio Cabrera Ruiz y Loreta Cerro Galván, éstos aún no tenían hijos aunque, más tarde llegarían dos hijas. La primera familia residía en el número 83 de la calle Corredera y la otra, en el número 3 de la calle Redonda y, ni qué decir tiene, que su principal fuente de ingresos era la agricultura.
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