BALLESTA
La necesidad de crear un arco más potente, fue la que llevo a diseñar este arma, ya que las protecciones metálicas de los caballeros eran cada vez más resistentes.
Las primeras ballestas aparecen a principios del siglo X, en la guerra de asedio al norte de Francia y luego se extendió por toda Europa. Al principio se tensaban pisando el arco con los pies y tirando con las manos de la cuerda, pero en el Siglo XII las ballestas eran tan potentes que necesitaban otros mecanismos para ser tensadas, por lo que primero se les proporciono de estribo para sujetar el arco y más tarde un sistema mecánico par tensar la cuerda basado en el sistema del torno.
Este arma tenía un inconveniente y es que se tardaba mucho en cargarla, por lo que a veces era necesario un escudero cargado con un escudo para proteger al ballestero mientras este recargaba el arma.
Para la nobleza cristiana y para la Iglesia de Roma la ballesta fue un arma despreciada cuando no maldita, no en vano una de sus representaciones más antiguas en la iconografía era en manos de un demonio. En efecto, para un noble entrenado desde la infancia en el arte de la guerra, protegido con un costosísimo armamento defensivo, era intolerable la posibilidad de ser vencido o muerto no por un igual sino por un plebeyo escasamente adiestrado, cobarde por definición y desde una distancia tal que era imposible la mera defensa.
De ahí que el Segundo Concilio de Letrán prohibió el empleo de la destreza mortífera de arqueros y ballesteros pero, eso sí, sólo contra otros cristianos.
Evidentemente estas prohibiciones serían ignoradas desde un primer momento sin que surtiesen efecto alguno.
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