La más famosa orden militar medieval, la de los pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, o templarios, veteranos de la primera cruzada que recupero Jerusalén, con objeto de proteger a los peregrinos cristianos a Tierra Santa. El rey Balduino II de Jerusalén les concedió en 1118 su primera sede en el monte del Templo, en la mezquita de Al Aqsa, sobre la que se creía eran las ruinas del primer templo judío, por lo que se llamaba la mezquita El Templo de Salomón, tomado como parte de su nombre por los caballeros cuyo fin se precipito hace siete siglos.
La orden asumió la ‘regla de San Benedicto’ para las ordenes monásticas y sus miembros hacían sus votos tradicionales de castidad, pobreza y obediencia, mas el voto cruzado de luchar para arrebatar al islam los lugares sagrados. Viviendo primero de las limosnas de los peregrinos, la piedad y la entrega de los templarios los hizo objeto de crecientes favores. Solo respondían ante el papa, no pagaban impuestos ni diezmos, sus propiedades no se podían poner bajo interdicción y pronto los soberanos les otorgaban abundantes tierras en Europa, además de lo que conquistaban los caballeros en guerra contra los musulmanes. Su renuncia a los placeres mundanos les permitía enfrentar sin temor a la muerte; eran los primeros en atacar y los últimos en retirarse, consideraban que si morían era por su bien y si mataban era por Cristo, y acostumbraban no pagar rescate por sus compañeros presos en combate.
Esa entrega en el campo de batalla fue el germen de la ruina templaria, pues al menguar sus números al paso de los años acudieron a reclutas menos píos, incluso indeseables. Según datos de la Iglesia, en la vida de la orden murieron más de veinte mil templarios en combate, de modo que al final solo exigían a los candidatos una obediencia ciega que se ponía a prueba en un ritual de iniciación secreto que despertó recelos animados por la envidia que muchos tenían de las riquezas de la orden. En su apogeo sumaban unas 9000 propiedades, y oro en grandes cantidades en sus templos de París y Londres, que fungían como bancos.
Los templarios cayeron en dos graves pecados; el orgullo y el amor por el poder. Al influir en el gobierno de Jerusalén, ayudaron involuntariamente a la caída de la ciudad a manos de Saladino en 1187, y aunque participaron en las cruzadas, no obtuvieron éxitos de importancia.
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